Aquesta pàgina web es diu “Els papers de Pickwick” en honor de la primera i molt famosa novel·la de Charles Dickens. No és que en aquest llibre de l’escriptor anglès els quatre membres del club d’aquest nom llegeixin gaire, perquè més aviat viuen aventures d’allò més diverses, cometen entremaliadures molt ingènues i són protagonistes de platxèries amoroses i de plets rocambolescos.

Però és un fet que moltes generacions d’escriptors de tot el món han considerat Els papers pòstums del club Pickwick una de les novel·les més glorioses, amenes i instructives de tota la història de la literatura universal.

Molt poques novel·les haurien pogut donar el seu nom, amb tant de mèrit i d’encert, a una pàgina web que pretén, abans de res, fer feliços els seus lectors amb tota mena d’informacions sobre la literatura dels nostres dies i de sempre.

Jordi Llovet

dijous, 9 de desembre del 2010

Octubre

Miquel Pairolí es un home de pagès. Miquel Pairolí viu i escriu a Quart, a pocs kilòmetres de Girona. Miquel Pairolí és escriptor i periodista. Ha treballat a les redaccions d' El Punt i del Diari de Barcelona. Ara escriu una columna diària en El Punt. També fa col·laboracions a Presència i a la Revista de Girona. Ha escrit novel·la i assajos. També dietaris.
Octubre es un dietari, escrit al llarg dels anys 2005 /2009. Ja el primer que va publicar Miquel Pairolí era un dietari, editat per Columna amb el nom de Paisatge amb flames (1990). L'any 1999, va publicar a La Campana, un altre dietari amb el nom de L'enigma. Entre aquets dietaris i Octubre, Miquel Pairolí ha conreat la novel·la, El Camp de l'ombra (1995, La Campana), El Convit (1998, La Campana), El manuscrit de Virgili (2004, La Magrana) i Cera (2008, La Magrana); l'obra de teatre El retrat de Voltaire (1997, Pagès editorial). Té publicats assajos sobre dos autors que admira i coneix bé, Josep Pla i Tomasi di Lampedusa. L'any 2006, va publicar un recull d'articles i entrevistes de caire literari titulat Exploracions (Editorial CCG edicions).
Amb Octubre, ens mostra, ens ensenya, ens explica d'una manera càlida, planera, reflexiva i un xic crepuscular la vida quotidina d'un home que viu a pagès, que escriu, que escolta música i reflexiona sobre el pas de la vida. Ens parla de la terra, de la música, de la gent, de la mort, de la soledat, de l'amor. I ens ho explica amb un to confidencial. A diferència dels seus articles que solen tenir mala bava i van directe a l'assumpte, en aquest dietari ens trobem amb un Miquel Pairolí més reposat, més a prop del lector. Més intimista.
I el millor de tot, és com ens ho diu, com ho escriu. Miquel Pairolí té una riquesa de llenguatge extraordinària i domina molt bé la llengua. En ambients amicals es fa la broma que Josep Pla "pairoleja". No deixeu de tenir i llegir aquesta petita gran obra.
Guillem Terribas. Llibreria 22

dijous, 13 de maig del 2010

Mi madre

Mi madre. Richard Ford, Editorial Anagrama
Traducción de Marco Aurelio Gambarini

"Mi madre se llamaba Edna Akin y nació en 1910, en el lejano rincón noroccidental del estado de Arkansas, Benton County, en un lugar de cuya localización exacta no estoy ni he estado nunca seguro."

La cita anterior marca el comienzo de Mi madre (My mother, 1988), un pequeño volumen autobiográfico, aunque esta calificación se verá corregida o aumentada con lo que sigue, sirva el adjetivo para una primera aproximación- que la Editorial Anagrama ha recuperado con honores de estreno -aunque existió otra traducción anterior al castellano- más de veinte años después de su primera publicación en inglés.

Richard Ford, el escritor del presente, el gran escritor norteamericano, con permiso de Philip Roth, del presente -es imposible escapar de la sensación, sobre todo en la espectacular trilogía protagonizada por Frank Bescombe, verdadera Pastoral Americana que nada tiene que envidiar a la del judío, compuesta por El periodista deportivo (The Sportswriter, 1986), El día de la independencia (Independence Day, 1995) y Acción de gracias, (The Lay of the Land, 2006) de esa inusual sincronía entre la narración y la realidad de lo que se está contado, como ese partido que podría retransmitir el propio Bascombe, en el que no sólo se nos cuenta aquello que está sucediendo, si no que, además, el propio relato está creando, mediante un extraño proceso de feedback, la propia realidad- realiza un viaje al pasado -su pasado, pero también el anterior a su existencia- para saldar cuentas -y no quiera verse en esta expresión otro sentido que el de la revisión, el punteo y la fijación de ciertos hechos que han condicionado, in absentia, un presente invariable- con su madre.

"Los padres nos conectan -por encerrados que estemos en nuestra vida- con algo que nosotros no somos pero ellos sí; una ajenidad, tal vez un misterio, que hace que, aun juntos, estemos solos."

Se puede tener a menudo la sensación, cuando se bucea en el pasado, de que los hechos que se conocen o se descubren son solamente paréntesis, notas al pie de un texto implícito, la parte visible de otros hechos ocultos, que son los verdaderamente importantes. Para intentar descubrirlos hace falta mucha paciencia, muchos años, y unas considerables dosis de suerte; pero a veces esas laboriosidad lleva tan solo a una absurda e inmanejable acumulación de datos cuya fiabilidad -el hecho de que el investigador sea parte interesada es difícilmente soslayable- es, cuanto menos, dudosa. Otro sistema, que es el que Ford maneja con indudable maestría, es limitarse a los hechos conocidos -contados por alguien, los anteriores a su existencia; vividos, los más recientes- para armar un rompecabezas a la fuerza incompleto, pero verdadero: es posible, en el caso que nos ocupa, que alguien pudiera investigar acerca de la madre del escritor y obtuviera muchos más datos acerca de Edna Akin, y escribiera un libro mucho más exhaustivo que Mi madre; pero nadie como su hijo para contar aquellos episodios de la vida de Edna que ligan a ambos como progenitora y descendiente. Ford sabe, no obstante, y a pesar de su confesión de que "el acto y el ejercicio de abordar la vida de mi madre es, por supuesto, un acto de amor", o quizás precisamente por ello, que toda visista al pasado acaba, como aducen las simplificaciones interesadas de la mecánica cuántica en lo referente al hecho de la observación de la realidad, modificándolo, y sabe también que su mirada no puede presumir de objetividad. Así que lo que hace es sumergirse en esas aguas procelosas para, evitando remover los bajíos, de donde nada importante podría obtener, fijar aquellos episodios que son significativos personalmente.

Como lectores de biografías, agradecemos la acumulación de datos; como lectores del tipo de narrativa de Mi madre, nos rendimos a la brevedad, la concisión, y a la sensación de que aquellos hechos que se nos cuentan son los verdaderamente significativos.

"A mi madre, algo de esa época debió de hacerle pensar que era inenarrable, no valía la pena contarla o no era necesario hacerlo [...] Y yo, que no tenía la necesidad de tener un pasado completo, sin lagunas, como les ocurre a algunos muchachos, nunca pregunté."

Un ser humano encierra a muchas personas, y cada una de esas individualidades se concreta en un conjunto determinado: es un vecino para su vecino, un cliente para su tendero, un compañero para su pareja; todo ello sin dejar de ser un solo individuo. Richard Ford huye, o lo abandona, por incongruente, del retrato holístico del ser humano Edna, para concentrarse en el aspecto que, además de ser mejor conocido, es el pertinente: el relato de Edna como madre confeccionado por su hijo. Y callando, además, aquello que no cree pertinente -compárese otra vez con una supuesta biografía, donde, a menudo, lo no pertinente es precisamente el alma del asunto-. Si en cualquier relato de ficción aceptamos la soberanía del autor sobre lo que se cuenta y lo que se nos oculta, con más razón debemos plegarnos a su voluntad cuando el tema es tan próximo.

"Ha pasado mucho tiempo desde entonces y he recordado cosas de las que no hablo hoy."

Mi madre no es ni tiene la pretensión de ser un panegírico. El estilo no es afectado, ni florido, ni artificialmente sensiblero; al contrario, casi se acerca al relato oral, y no cuesta imaginarlo en boca de un hombre acodado en la barra de un bar, contándolo a un amigo, que va respondiendo con silenciosos asentimientos con la cabeza, en ese estado difuso que es la frontera del exceso de alcohol, lo suficientemente desinhibido para hablar de cosas personales, pero también retenido como para no perder la noción de lo que se está diciendo, un navegar entre sobreentendidos: la misma situación ante la que se encuentra el narrador en la conversación que sostiene con su madre después del fallecimiento del padre,

"... entonces tratábamos de no ser demasiado claros, no queríamos que quedara todo explícito, puesto que tanto era lo que había entonces y tan poco lo que había habido antes",

es la que Ford plantea al lector: ambos sabemos que es mucho lo que se calla, pero aceptamos la convención porque entendemos que lo que nos cuenta es lo que él considera importante. No hay heroísmo en la vida cotidiana, así que a Ford no le hace falta una incongruente grandilocuencia para contar: le basta la sencillez, aunque no obvia la precisión ni cuando confiesa lagunas de memoria: nos dice que no recuerda exactamente cuándo sucedió, pero cuando relata la ilusión de su madre por el Thunderbird de segunda mano, o su conversación acerca de la actividad sexual con su novia y la posibilidad de embarazo, como lectores tenemos la seguridad de que no falta nada para que podamos comprender el episodio hasta donde el narrador desea, ni, caso a menudo más difícil, sobra nada que pueda confundir esa comprensión: le mot juste, eso es.

Del mismo modo en que ningún alarde estilístico nos distrae de lo que le importa de verdad a Ford, la esencia de lo que cuenta, en justa correspondencia -existe ahí una extraña aunque espectacular identificación entre la levedad del estilo y la supuesta no espectacularidad de los hechos que se narran-, el material narrativo posee una engañosa cotidianeidad; la vida de esa madre, y la del narrador en casi todo lo que hace referencia a ella, se nutre de episodios que podrían considerarse banales, y aquellos a los que en principio sería fácil otorgar el calificativo de determinantes, pasan por encima de los protagonistas sin apenas afectarles. Estos hechos, sin embargo, quedan revestidos de una importancia cercana a la que sería esperable -como la muerte del desconocido padre, o el traslado a la universidad del narrador- cuando sirven a Ford para fijar otras nuevas coordenadas que facilitan al lector la comprensión de facetas del carácter de la protagonista.

"Una viuda tenía que estar alerta, tenía que prestar atención a todos los detalles. Nadie podía ayudarla. Una vida vivida con eficiencia no la salvaría, no; pero la prepararía para aquello de lo que nadie podía salvarla."

El narrador lamenta el poco tiempo que pasó con su madre, la poca relación materno-filial que sostuvieron cuando era ella la que empezaba a necesitar a su hijo más de lo que éste necesiraba a su madre, pero llega a la conclusión que la independencia, real o como simple aspiración, que ambos deseaban no les permitía otra cosa: reuniones periódicas casuales, casi de compromiso, en las que se evitan los temas personales con estudiada premeditación:

"Durante ese tiempo, nuestra vida -hablo de mi madre y de mí-se reducía a un conocimiento de cómo era su vida [...]. Es muy probable que todo el mundo crea que circunstancias particulares como éstas no corresponden exactamente a la vida de la inmensa mayoría. No es que sean mejores, ni peores. Sólo, en cierto sentido, peculiares. O posiblemente sólo parecían imperfectas."

Se hace imposible calificar a Mi madre con una sola palabra: ni biografía, ni tributo ni homenaje poseen la suficiente polisemia -además del exceso de contenidos asociados a estas variables literarias en la memoria lectora- como para abarcar lo que pueden contener apenas setenta páginas que se leen en una sesión pero que exigen horas, días, meses tal vez, para su correcta digestión. No es la primera vez que un escritor curtido en la ficción literaria abandona la fabulación para mostrarse a los lectores mediante pudorosos desnudos que recrean a sus ancestros: lo hizo Simone de Beauvoir con su madre en la plomiza pero estupenda Una muerte muy dulce (Une mort très douce, 1964), y, posteriormente, con una anonadante maestría, Philip Roth con su padre en Patrimonio (Patrimony, A True Story, 1991). Se me escapa la razón para esos auténticos tour de force en los que el escritor consagrado tiene, con respecto a su público, mucho que perder y, en principio, poco que ganar; sin embargo, como lector, se agradecen esas miradas íntimas que destacan des resto de producciones como paréntesis explicativos, testimonios personales de alguien cuya influencia en su obra traspasó el terreno de lo literario.

"Hay algo, cierta esencia de la vida, que no surge con claridad de estas palabras. No hay palabras suficientes. No hay acontecimientos suficientes. No hay memoria suficiente para rememorar toda una vida y ponerla en orden, darle exactitud."

Joan Flores
Llibreria La Llopa

dimecres, 5 de maig del 2010

Res a témer/ Nada que temer



Traducció d'Alexandre Gombau Arnau

Nada que temer. Julian Barnes, Anagrama
Traducción de Jaime Zulaika

Exquisit Barnes... Anagrama en castellà i Angle en català ens ofereixen aquesta mena de memòries, cultes i sense tòpics, desordenadament ordenades, on amb suggerent ironia endressa les seves relacions familiars, eleva la conversa fins esdevenir intimitat i converteix l'afecció a la música i a la lectura en un estil de vida. I entre Renard, Montaigne, Sibelius, Flaubert i tants d'altres transforma un llibre en la "taula llimona" a la vora de la que parlar d'allò diví i d'allò mortal. Res a témer seria una manera sorneguera de parlar de la mort amb mig somriure als llavis, però només mig...

Marta Ramoneda

Llibreria La Central

dilluns, 3 de maig del 2010

Temps d'estiu/ Verano

Traducció de Dolors Baliu

Traducción de Jordi Fibla

Comencem la primavera amb aquest Coetzee de títol estiuenc que vindria a completar la trilogia autiobiogràfica fictícia formada per Infantesa (Infancia, Boyhood: Scenes from Provincial Life, 1997) i Joventut (Juventud, Youth: Scenes from Provincial Life II, 2002).

Ens trobem un jove investigador que está preparant una biografia sobre un famós escriptor ja mort anomenat John Coetzee. A través de converses amb vàries persones que el van conèixer, amb especial atenció a algunes dones amb les que per unes raons o altres es va relacionar, l'autor construeix la figura d'aquest personatge sorrut i maldestre, amb el seu plumbi entorn familiar, i situat en el paisatge xorc de la casa familiar i de la ciutat on vivia. Aquestes diverses converses, més aviat monòlegs, funcionen com esqueixos amb els que poder fer créixer la figura i personalitat d'aquest escriptor curiosament anomenat Coetzee. Per una part, entrariem en l'àmbit de les relacions familiars tenses, desconfiades i plenes de recels, que arriben al més absolut patetisme pel que fa la convivència amb la figura paterna. Relacions molt arrelades en el paisatge i la geografia de la meseta sudafricana i les afores de Ciutat del Cap. Les relacions amb els companys de la Universitat tampoc esdevenen gens lluïdes, cap compromis, cap indici de companyonia, un simple intercanvi d'entrar i sortir. I fuegen la humiliació les relacions amoroses i sexuals, carents de qualsevol tipus d'intercanvi emocional, estanques i sense reverberació. Finalment, el nivell de relació clau d'aquestes memòries novel·lades seria la relació de l'autor amb si mateix: per un cantó la recerca de la veu narrativa; l'intent de perdurabilitat, per un altre. Una voluntat de trobar la veu literària per la posteritat que contrasta amb una sociabilitat força guerxa.

Amb el seu estil sec, precís i elegant, Coetzee -sigui l'autor, sigui el personatge- en cap moment defuig de mostar-se tal qual és, sense trampes per dissimular una vida més aviat defectuosa, menada però per l'excel.lència literària.

Marta Ramoneda
Llibreria La Central

divendres, 30 d’abril del 2010

Laúd y cicatrices

Laúd y cicatrices. Danilo Kis, Acantilado.
Traducción de L. F. Garrido Ramos y T. Pistelek. Edición de Mirjana Miocinovic
La editorial Acantilado prosigue con su encomiable edición de la obra de Danilo Kis, uno de los más reconocidos autores yugoslavos del siglo pasado, heredero de una historia de la narrativa intensa y brillante que tomó el relevo de escritores de la talla de Ivo Andric, y dio a conocer al mundo la literatura de la república de repúblicas balcánicas. Después de la genial Una tumba para Boris Davidovich (Grosnica za Borisa Davidovica, 1976), del volumen Circo familiar y de la sorprendente La Enciclopedia de los Muertos (Enciklopedja mrtvim, 1983), nos llega ahora este Laúd y cicatrices (Lauta i oziljci, 1994), conjunto de textos póstumos que constituyen a la vez una insuperable introducción al universo Kis y una excelente muestra de su poética, y un colofón a la obra de uno de los autores imprescindibles de la literatura centroeuropea.
Llibreria La Llopa

dimecres, 28 d’abril del 2010

S. o la esperanza de vida


¿Cuál es el mejor sistema para pasar cuentas con el pasado, suponiendo que el pasado sea un paisaje con el que sea posible pasar cuentas? La propuesta de la lógica, y más en el caso de que este pasado tenga un inevitable carácter traumático, parece apostar por la opción más radical: enterrarlo, silenciarlo, no dejar que nos hable, con su tozuda insistencia, ni darle ninguna opción para que atraviese esa frontera invisible sin checkpoint charly ni muros de la vergüenza para salvaguardar nuestra frágil integridad de sus desordenados y poco inocentes envites; en todo caso, anularlo para no anularse, negarlo para que no se hable más de él.

Sin embargo, a veces no es posible ese recurso, no figura entre el arsenal de auto-defensa con que nos dotan ese mismo pasado o la genética porque, como el corazón emparedado en el relato de Edgar Allan Poe, sigue haciéndose presente con insidiosa obstinación. En este caso, no cabe otra solución que hablar de él, exponiéndolo impúdicamente y, por tanto, exponiéndose, aunque de todo ello resulte un hecho tan insólito como el desnudarse ante desconocidos.

“¡Silencio! No me oigo pensar. Callad, muertos. Pese a todo el respeto que os debo. Ahora tengo yo la palabra.”

Alexandre Diego Gary, hijo del escritor Romain Gary y de la actriz Jean Seberg, vagabundo impenitente y barcelonés no sé si por elección, adopción o por casualidad, describe en este S. o la esperanza de vida (S. ou l’ésperance de vie, 2009), por persona interpuesta -que así se aleja más de la propia biografía, y el dolor duele menos cuando lo podemos traspasar a otro, aun cuando ese otro seamos nosotros mismos- el camino de ida a un particular infierno, con sus etapas y sus correspondientes círculos dantescos, y el improbable viaje de regreso hasta un purgatorio que, por contraste, puede parecer el más llevadero de los paraísos.

Y es que el lastre que supone para el alma ser hijo de padres ricos, guapos y famosos, y con un final tan horrible para ambos, no se puede soslayar así como así. Escribir puede ser una ¿solución?, pero tampoco es inocua:

“La literatura es la explotación del hombre por el hombre, hasta los más profundos recovecos de su alma, de sus entrañas.”

Ese escribir, esa literatura, acaba convirtiéndose en un silencioso diálogo con una corriente incontinente de palabras que salen a borbotones, sin control, inocentes, no sin culpa pero sí sin intención, que despiertan al dolor dormido nada más ser pronunciadas, pero que no pueden callarse. Y es que la presencia de los muertos forma una parte tan inextricable del superviviente que hace imposible la huida; no hay escapatoria válida cuando es uno mismo quien aloja al enemigo.

“Pero no siempre se puede faltar al deber de recordar [...] Intentas eludirlo, intentas no pensar en ello. Nuestros muertos, nuestros pobres muertos. Su recuerdo flota aquí y allá. Y nos abruman estas almas en pena.” Evidentes ecos de Huysmans, al menos en la memoria lectora de quien escribe, para una novela (¿novela? ¿Por qué en la portada de “S. ou l’espérance de vie” no figura el conocido rótulo “Roman”, aunque sea como advertencia?) que no sucumbe a la estúpida simplificación freudiana; un relato que no puede reducirse a una sintomatología, un libro que es vida, escrito en un estilo duro, seco, frío, cortante; pero, ¿quién dijo que vivir fuera fácil? Mención especial para la cuidada edición de Galaxia Gutemberg, para la magistral traducción y, aunque anecdótico, para la estupenda foto de la cubierta.

Llibreria La Llopa

dimecres, 10 de febrer del 2010

Ha mort J. D. Salinger

Jerome David Salinger J.D. SALINGER
1 de gener 1919-27 de gener de 2010

L’any 1983, la Llibreria 22 va convidar Jaime Gil de Biedma a fer l’obertura del Premi de Novel·la Curta Just Manuel Casero. L’acte es va fer al migdia i, després, gent de la Llibreria i del jurat, unes deu persones en total, vam anar a dinar. Aquest dinar, amb sobretaula inclosa, va durar unes quatre hores llargues. Jaime Gil de Biedma, va ser el protagonista d’aquella interessant sobretaula. Ens va parlar de literatura, de poesia, de política, del català, de les seves estades a un balneari a Granada, per recuperar-se dels seus accessos culinaris i de diferents barreges alcohòliques... de Filipines i, també, de la Isabel Preysler. Va ser una tarda per no oblidar. En un moment determinat ens va deixar anar: "sóc incapaç de mantenir una conversa amb una persona que no hagi llegit La Cartuja de Parma (La Chartreuse de Parme, 1839). La majoria dels que érem allà no havíem llegit la famosa novel·la de Stendhal.

Ara, m’atreveixo, salvant les distàncies amb l'admirat Jaime Gil, a dir que “sóc incapaç de mantenir una conversa amb una persona que no hagi llegit El vigilant al camp de sègol (The Catcher in the Rye, 1951) . Ah, i no es tracta d'una novel·la per a adolescents.

I tal com volia Salinger, que en els seus llibres només hi hagués el títol de la obra i res més. Ni fotos, ni biografies, ni sinopsis; per tant no diré res més, només que llegiu J. D. Salinger.

Guillem Terribas. Llibreria 22